sábado, 20 de agosto de 2011
Auschwitz: El infierno terrenal
miércoles, 17 de agosto de 2011
El baile del Zapiekanki
martes, 26 de julio de 2011
Europadelestiando
sábado, 12 de marzo de 2011
A favela dublinesa e os mininos
domingo, 14 de noviembre de 2010
Dulce y cálida convivencia
miércoles, 27 de octubre de 2010
Temple Bar, Dublín
viernes, 15 de octubre de 2010
Una España compartida
jueves, 7 de octubre de 2010
Otoño garparelliano: Okupelli 3.0
miércoles, 6 de octubre de 2010
La ciudad de los niños: Amsterdam
martes, 21 de septiembre de 2010
Cocinámela a la francesa, s'il vous plaît
Parte Primera: Descripción e impresiones generales
Fui a París porque estaba en el camino. Andá a París, andá a París, me decía Fede. Él no sabía cabalmente por qué me estaba mandando, pero yo por las dudas le hice caso. Él usa bigote, no me podía hablar en broma ¡Cuándo llegué! ¡Papá! París, París, que me has robado más de un suspiro y más de una billetera, diría el Colorado. Yo quería usar todos los sentidos, París me lo permitió. Primero, lo primero. Las mujeres. Por favor Martín. Las parisinas rajan la tierra. Eso sí, cruzar una mirada es más difícil que salga el sol en Inglaterra por 13 días seguidos. Me hubiera gustado usar el tacto con las francesas, pero no se pudo. La arquitectura. Arquitecto Zanotti, ¡Ud. no sabe! Los ojos se me extasiaron ¡Qué barbaridad, qué barbaridad! ¡Estos franceses son terribles! ¡Qué barbaridad! Fue una de las frases más transmitidas por la radioemisora Petrelli de onda corta. Mire Sr. Arquitecto. Imagínese no dejar nada librado al azar, nada (bah, estoy hablando desde mi ignorancia, quiero aclarar, yo no te levanto 3 ladrillos derechos…) Imagínese mirar el obelisco que le robaron a los egipcios en la Place de la Concorde y, a lo lejos, ver el Arco del Triunfo, a su izquierda un cacho importante de la Torre Eiffel y, si se asoma, ve el Congreso o no sé qué edificio que está buenísimo también. Imagínese cansarse de tanta perfección arquitectónica, de tanta coronación de edificio con cúpula o avenida o calle con alguna construcción monumental (llámese La Madeleine, la Académie de Musique, Les Invalides, Notre Dame, Iglesias X, etc), de tanto detalle en las paredes, de grabados, estatuas y estatuillas magníficas en las iglesias, gárgolas, puentes, parques y jardines que son un canto a la naturaleza –acotada y enrejada, sí - Imagínese dar un 360º a lo Alejo Moretti antes de clavarse el manubrio en el galpón y ver todo el pinche Louvre, edificio que se extiende como por 250 metros. Imagínese, encima, imagínese señor viajero vagabundo, llegar al metro y ver que algunos franceses saltan los molinetes: poesía subterránea. Siga viajando y, de pasadita, ve una réplica en miniatura de la estatua de la libertad. Imagínese ir a las farmacias, que las hay por doquier, para pedir curitas para detener la sangría del labio inferior originada por la estupefacción que los ojos rebosantes sufren de tanto arte que chorrea, - sí Juampi - el arte te chorrea por donde la nuca se contraiga, por donde los párpados dejen de parpadear. Bájese para ir al le Château de Versailles y ahí sí, ahí sí, suspéndanlon Alicia y Srita. Vignolo. Suspendan todo lo que venían haciendo y vociferen: ¡Francia la reconcha de tu madre! ¡Hacé algo feo, por favor, dale, algo que no sea simétrico! No, los parisinos/franceses no van a hacer eso. La obsesión por la estética y aquélla que deriva en la perfección simétrica y equidistante (reflejada de árbol a árbol, de farol a farol, de helecho a helecho) hace de París, a mi parecer, la ciudad perfecta, creada por los dioses del Olimpo.
Salgamos a degustar y oler ahora. Sí, vayamos a una boulangerie. Dale, compremos 150 € de facturas ¡Sí, sí, son carísimas, pero jebuscristo que llegás al nirvana gustativo! La comida en esta ciudad es tan rica como la arquitectura, bella. Salgamos a escuchar ahora… Bueno, dale ¿Adónde vamos? Y… no sé, el mapa que tenía lo tiré porque se me rompió, bah, lo rompí a propósito. Perdámonos, por favor perdámonos que es divertidísimo… Si se pierde, despreocúpese que música va a encontrar. Jazz gratuito en bares y por la calle. Bandas tributo, flautistas, saxofonistas, guitarristas, etc. en los pasillos del metro poético, músicos que le descontracturarán los nervios arraigados en la espalda. Ahora salgamos a tocar… Salgamos a caminar y a tocar algún culo o alguna teta... ¡Pero che! ¡Somos malísimos! ¡Qué barbaridad estas francesas que no se dejan tocar el culo! ¡Qué barbaridad! ¡¡Qué barbaridad!! ¡¡¡Qué barbaridad!!!
Parte Segunda: ¡No te asustés que es César Bond, Vagabond!
Llegué a París acompañado. Sí, Juank. Caí acompañado porque soy cobarde y sigue siéndome difícil decir que no, basta, no te quiero ver, andate a cagar. Logré que toda la situación con "la riojana" (en realidad es de las islas exóticas) terminara de la peor manera, porque me encantan los problemas. Luego de que me mandaran a patear calefones, me quedé solo como quería al principio. Solo y con los molinetes libres, decidí incursionar en Montmartre para sorprender a mis superamigas del alma: Milu, Mechi y Vir. Con la ayuda de Nico VerCHEsi, pude averiguar el depto donde se estaban quedando y, después de 2 años y medio largos de no vernos, me le aparecí a Mechi, que estaba sentada al lado de la ventana, y le grité por encima de la reja: "¡¡Mechi, Mechi, ahahahahahahahahahah!!” La cara de sorpresa de Mechi no me la voy a olvidar jamás. Después me abrieron la puerta del edificio y la abracé a Vir y después a Milu. Nos abrazamos todos juntos y viva a la pepa, ¡joder! ¡Qué reencuentro Sottile, qué reencuentro! ¡Estás igual!, me dijo Vir y nos empezamos a poner al día y demás. Ese día, el sábado, fue uno de los mejores días que recuerdo haber vivido. Luego de comer, nos fuimos a bailar desaforadamente a un pub, luego a robar bebidas que los desprevenidos abandonaban, posteriormente hicimos algunos desmanes menores, además de un papelito con el tel. por debajo de la puerta de un bar y, de madrugada, a contemplar París desde una escalera y a dormir al fin. Al día siguiente, paseamos por ahí y coronamos la jornada cual cúpula remata magistralmente a los quiscos de diarios: comiendo sánguches de queso frente a la Torre Eiffel quien (porque convengamos que es una persona. Mechi se quería casar, así que no entiendo bien de qué género es… Digo por la forma física vs. el género gramatical), magnánima, nos deleitó con su espectáculo nocturno de luces y nos dejó boquiabiertos una vez más.
Ahora que trato de recordar, como puedo, fue todo muy perfecto, como París. Fueron días soñados. Salió todo a pedir de boca. Pude encontrar un gran amigo en el couchsurfer Sébastien (me quedé en su casa como 14 días, todo un récord hasta el momento, según él), que me hizo demoler por completo ese imaginario de que los franceses son mala onda y no te responden por la calle y no se bañan y demás. (Es como siempre, hay de todo en todos lados. Pero quiero recalcar que los franceses fueron siempre muy amables aún sin que, en mi caso, hablara una palabra de su idioma). Mechi cantó en algunos lugares, Vir se inmiscuyó en el arte de tocar el saxofón, y Milu y yo dimos vueltas un par de veces hablando de la vida y las relaciones y César hacé esto pero tratá de dejar de ser tan animal porque si no te vas a prender fuego, por favor; y acto seguido nos dábamos un abrazo porque Milu es pura bondad y amor. A su vez, Milu tenía dificultades en transmitir con fluidez sus ideas debido a que siempre encontraba una baldosa sobresalida con la que se tropezaba ¡Milu, Milu! ¡Ojo con la camioneta! Jejejeje…
Chicas, muchas gracias por hospedarme en su nidito parisino. También quería decirles que los días que nos vimos han sido unos de los más gratos del último tiempo. Digamos, que el reencuentro fue con "M" de magnífico y "M" de monumental, como París ¡¡¡¡Las quiero muchisimísimo!!!! Me hicieron reír a borbotones y, una vez más, corroboré que, en una genuina y verdadera amistad, el tiempo se detiene. El reloj se queda sin cuerda, esperando que alguno de nosotros lo haga girar una y otra y otra vez...
... Y literalmente caída del cielo, una rosa descendió delante de mis pasos en una vereda cualquiera por una calle cualquiera. Había una chiquilla que quería asirla, midiendo la caída, pero falló. La flor roja descansó en el suelo y la niña la levantó. Miré hacia arriba y me pregunté si realmente era posible que del cielo parisino llovieran flores. Y al parecer sí. Creí ver a una abuelita en el balcón, sonriente. Preferí hacer caso omiso a mis ojos y quedarme con el perfume que el vuelo de la flor desplegó al caer...
viernes, 27 de agosto de 2010
Mathew St Music Festival: Liverpool
Siguió mi caravana a dedo y, luego de Dublín, el destino era Liverpool. Llegué sin alojamiento, totalmente despojado de un techo gratis. Esperé mi supuesto contacto que debía responder a mis mensajes y nada sucedió. Empezó a oscurecer y la ansiedad y la desolación comenzaron, momento en el cual pensé que tenía que correr por mi vida. Me sentía el marido ficticio de Eleanor Rigby, tan solitario, tan vulnerable, en una ciudad tan grande, tan bella. Caminé buscando campos de fresas sin tiempo, como si fuera capaz de detener las agujas del reloj para encontrar un huequito que me cobijara en la potencial noche fría y portuaria de Liverpool. No manejé el coche de nadie, porque no quería tampoco. El day tripper que me creía ser estaba tan, tan cansado de tanto azar. Empecé a cantar Get back y pensé en irme. No obstante, sabía que algo tenía que salir. Y así fue. Me fui para la fábrica procesadora de lombrices y zapatos y conocí a May, de Tenerife. Miró a través de mí y, como es de esa gente que te invita a su casa a dormir, me abrió las puertas de su hogar durante esa semana que pareció durar ocho días. El aire que se respiraba era de “L” de Liverpool, no de Londres. Había magia de giras misteriosas, de árboles de mandarina y de cielos de mermelada. Todas las calles parecían llamarse Penny Lane. Todo lucía lo mismo y, a su vez, diferente en cada cuasi canal que llegaba a mojar con las aguas del Mersey las paredes del ex puerto hecho paseo peatonal. Las calles se inundaron de personas, y aunque sólo me sentí un pez durante el festival, seguí pensando por mí mismo, mientras me dejaba maravillar y conquistar por la ciudad. Pensé que todo era posible, que no existían barreras, que quizá sólo estaba durmiendo, pero que a la vez estaba escalando otro árbol, que poco a poco estaba ganando este juego. Paré un segundo y pensé en ellos, canté Julia, mientras las bandas tributo y May entonaron reiteradas veces que la vida es muy corta, y no hay tiempo para protestar ni pelear. Se me dio todo, e incluso pude contactarme con Dr. Robert, quien agregó la frutillita a este pie de miel que fue Liverpool. Me sentí parte del club de los corazones solitarios, pero, al mismo tiempo, sentí que la ayudita de mis amigos Paul, Ringo, John y George –estos dos últimos en mayor medida, supongo-, llenó la semana de este hombre de ningún lugar con magia, a través del universo y de los mundos. Me fui y me pude escapar del cobrador de impuestos impunemente, llevándome el momento que este lugar me dio, con los amantes y los amigos que podré recordar. A Liverpool le dije hola y adiós, o quizá le dije hasta pronto, porque el ayer sí sabe, pero el mañana nunca lo sabrá. Sea cual fuere el caso, sé que atesoraré a esta ciudad aquí, allá y en todas partes.